domingo, 15 de junio de 2014

GLADIADORES: FUERZA, HONOR Y SANGRE (historia, 1ª parte)

Por qué un hombre se convertía en gladiador, dónde entrenaba, qué comía o cómo se pertrechaba para combatir en la arena del anfiteatro. Su combates nacieron vinculados a los ritos funerarios de la aristocracia, pero acabaron convirtiéndose en el mayor espectáculo de la Roma antigua.

En la primera parte de esta semana dedicada a los gladiadores la centraremos en su historia.

El Origen de los Gladiadores se remonta al siglo VI antes de nuestra era cuando los milicianos etruscos luchaban entre sí para honrar a los difuntos de las clases influyentes de la sociedad. 
El término gladiador viene del latín gladius (espada), de ahí gladiator o portador de la espada.

Con la llegada de las primeras repúblicas romanas, los gladiadores ya sólo eran hombres libres que luchaban a sueldo o esclavos y ladrones, que estaban obligados a luchar.

Con el tiempo, Roma decidió que tal ritual tradicional de origen etrúsco debía incluirse en la vida social del pueblo, convirtiéndose en un espectáculo admirado por todo el mundo.


El primer combate en Roma de estas características se dio el año 264 a. C., en el que, según T. Livio, los hijos de Junio Bruto Pera organizaron en sus exequias tres combates simultáneos con esclavos de su propiedad en el Foro Boario un día en que se celebraba allí la feria de ganado, tal como había decidido su padre antes de morir. Más tarde, otros miembros de la aristocracia romana organizaron combates similares en los funerales de un familiar suyo, para enaltecer al difunto y acrecentar la fama de su familia, en algunos de los cuales participarían incluso gladiadores profesionales, lo cual despertó una gran afición por los mismos en la plebe, a la que se le invitaba a contemplarlos, lo que hizo que el Senado los incluyera, en el año 106 a. C., entre los espectáculos oficiales, despojados, eso sí, del carácter ritual y sagrado que tuvieron los munera en sus orígenes. A partir de entonces, sólo de forma esporádica, se organizaron por particulares pudientes, casi siempre, luchas de gladiadores como parte de las honras fúnebres de un familiar. Debido al citado carácter sagrado que tuvieron estos combates en sus orígenes, los romanos los llamaron munera (munus = obsequio, ofrecido, en este caso, a un muerto), y no ludi(juegos), como al resto de espectáculos públicos.



Hasta tal punto llegaron a ser importantes los combates de gladiadores que se tuvieron que promulgar una leyes que regularan celebración, las llamadas Leges gladiatorae, estatutos por los que se debía regir dicho espectáculo. También debe saberse que algunos emperadores realmente aparecían en el la arena , como Caligula y Commodus.

La palabra gladiador proviene del latín gladius, que era la espada corta de origen español que utilizaban en la lucha, así como también la utilizaron las legiones. Algunos historiadores dicen que los gladiadores no eran fuerzas militares sino «profesionales» de los Juegos, y no cabe duda de que su habilidad con las armas y sus técnicas de adiestramiento sirvieron como modelo para las legiones romanas.


Pero lo cierto es que gladiador podía ser todo el mundo sin distinción, aunque habría que diferenciar entre aquellos que lo hacían libremente y las personas obligadas a serlo como prisioneros, esclavos, delincuentes y condenados. También podían serlo hombres libres, ex-soldados y hasta el mismísimo Emperador. Tampoco era raro encontrar mujeres libres como lo demuestra un relieve del Museo Británico proveniente de Halicarnaso, donde aparecen dos gladiadoras famosas llamadas Achilia y Amazona.




Más tarde también se utilizó a los cristianos, pero no por ser cristianos, pues en Roma había libertad de culto, tal es así que llegó incluso a existir una legión formada exclusivamente por cristianos llamada la «legión tonante».

El premio o la recompensa que recibía un gladiador eran varias: gloria, fama, dinero, la posibilidad de convertirse en un hombre libre (simbolizada por la entrega de una espada de madera) y la más importante, la Victoria. Si habían obtenido un gran éxito, eran ensalzados por los poetas, su retrato aparecía en joyas y jarrones, las damas de la aristocracia suspiraban por ellos (normalmente conseguian sus favores). Un gladiador famoso podía cobrar por un combate hasta mil piezas de oro. Un caso extraordinario fue el del gladiador Publius Ostorius de Pompeya, hombre libre que combatió y venció en 51 combates.




Pero más allá de todo esto los Juegos eran ante todo una ceremonia religiosa que exigía un ritual. La víspera de los Juegos era día sagrado, celebrándose una solemne procesión seguida de sacrificios propiciatorios a los que asistían todos los participantes. También se celebraba un banquete de hermandad entre los gladiadores, que para algunos sería su última cena. Al día siguiente se organizaba un desfile de gladiadores con toda la pompa que exigía el momento, llevando ricos trajes de oro y púrpura. Este desfile inaugural terminaba en la arena del anfiteatro, donde saludaban al Emperador con su profética y trágica frase: Ave Caesar, morituri te salutant (Ave Cesar, los que van a morir te saludan).

Rodrigo Mazos, Entrenador Personal

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