jueves, 19 de junio de 2014

GLADIADORES: FUERZA, HONOR Y SANGRE (entrenamiento, 2ª parte)


Por qué un hombre se convertía en gladiador, dónde entrenaba, qué comía o cómo se pertrechaba para combatir en la arena del anfiteatro.

Su combates nacieron vinculados a los ritos funerarios de la aristocracia, pero acabaron convirtiéndose en el mayor espectáculo de la Roma antigua. Igual que ocurre hoy con los partidos de fútbol, hace 2.000 años las gentes acudían a primera hora al anfiteatro para conseguir las mejores localidades -algunos asientos estaban reservados- y había gladiadores famosos a los que el público jaleaba por su nombre.

¿Pero qué había antes y después del combate?

Los gladiadores eran entrenados y vivían, mientras ejercían de tales,  en los ludi gladiatorii, los cuales comprendían, además de las celdas donde dormían, amplias salas de entrenamiento, un arsenal para las armas, una fragua y enfermería, como dependencias más importantes, levantadas todas ellas en torno a un gran patio central porticado, que se utilizaba también para entrenamiento, en el cual solía haber un pequeño anfiteatro. La organización de estas escuelas o ludi era similar a la de un cuartel y la disciplina y el rigor  que se observaba dentro de ellas era superior incluso a la que se vivía en éstos. Las regentaban los lanistas, en su mayoría ex-gladiadores, que llevaban como distintivo de su autoridad una vara larga (virga)  y gozaban de una reputación inferior a la del último de los gladiadores que regentaban en su escuela. Los encargados de efectuar los entrenamientos en éstas solían ser gladiadores veteranos, denominados magistri doctores, especialistas en la esgrima y en el manejo de las armas que se utilizaban en los combates. Los ejercicios en ellas se hacían, generalmente,  con espada de madera (rudis) y escudo de mimbre; pero, teniendo en cuenta que un combate era una prueba de resistencia tanto como de habilidad, en los entrenamientos se usaban a veces armas de verdad, para evitar que el gladiador se viera inesperadamente traicionado por sus fuerzas en el desarrollo del combate en el anfiteatro. La proliferación de estos espectáculos desde el segundo tercio del siglo I a. C. y la exigencia cada vez mayor de quienes acudían al anfiteatro a presenciarlos, motivó que se necesitaran unos años para formar gladiadores que respondieran a las expectativas del público.



Cada gladiador se entrenaba de acuerdo al tipo de arma que usaba. Los entrenadores, llamados lanistas, adquirían su material en los mercados de esclavos o en las cortes criminales. A estos esclavos se los sometía a un riguroso, constante y brutal entrenamiento físico en el arte de matar. Pero igual de importante era la preparación mental. Se mentalizaban para combatir de una forma determinada y obedecer el código de ética de un gladiador, según el cual se debía luchar con dignidad y, de ser necesario, aceptar la muerte con dignidad.

Como muestra de sumisión a su nuevo amo, el gladiador rendía un juramento: el Sacramentum Gladiatorium, en él, el combatiente juraba soportar el ser quemado, encadenado, golpeado o atravesado por una espada.


Pero estar en una escuela de gladiadores no implicaba necesariamente una sentencia de muerte. Al entrenarlos, el Estado romano les ofrecía una posibilidad: los romanos pensaban que podían mentalizar a la escoria de la sociedad para que creyera que podía luchar por su redención social, y así formar parte, a medias, de la sociedad y obtener finalmente la libertad.


Sus elementos de entrenamiento eran armas de madera con sobrepeso que contribuían a fortalecer los músculos y a mejorar las técnicas de combate. También usaban materiales pesados de madera y metal para aumentar la fuerza de sus piernas y brazos y mejorar su resistencia. A su ves tenían diferentes zonas de entrenamiento donde mejoraban su técnica y habilidad con las armas. Después a la hora de descansar los gladiadores se recostaban sobre un camastro como que constituía uno de los escasos elementos de su ajuar.


La alimentación de los gladiadores estaba compuesta de alimentos ricos en carbohidratos y proteínas vegetales. Su comida se basaba en una mezcla de alubias y cebada y alguna vez carne. Con esta alimentación conseguían aumentar su musculatura y la grasa corporal, la cual les ayudaba a sobrevivir a los cortes y heridas del combate. Normalmente y debido al entrenamiento y a la alimentación, los gladiadores eran hombres fornidos y fuertes.

El dia del combate.

La víspera del combate, el organizador del mismo (editor) obsequiaba a los gladiadores que iban a tomar parte en él con una cena (cena libera), en la que abundaba la comida y el vino, al cual  se permitía asistir, como espectadores,  a personas de fuera de la escuela para que pudieran ver de cerca a sus ídolos de la arena. Se ignora, sin embargo, cuál fue el protocolo exacto de los combates de gladiadores. En Roma, una vez hecha la entrada de los gladiadores en el anfiteatro, darían presumiblemente la vuelta al mismo, igual que hacían los aurigas en el circo antes de las carreras, y, cuando pasaran por delante de la tribuna del emperador, saludarían a éste quizá con el premonitorio Ave, Caesar, morituri te salutant! (¡Salve, César, los que van a morir te saludan!”). Suponiendo, sin embargo, que el emperador fuera saludado así por los gladiadores, esto se habría empezado a hacer a partir de Claudio, ya que el citado saludo se usó por primera vez, como recoge el escritor romano Suetonio,   en la naumaquia que organizó este emperador, el año 52 d. C., en el lago Fucino, a escasos kilómetros de Roma, antes de que sus aguas drenaran en el río Liris.  A continuación, tenía lugar el examen de las armas (probatio armorum) y el emparejamiento por sorteo de los gladiadores participantes ante el presidente del munus (editor). En la época imperial, el emperador cedería dicho honor  a algún invitado importante o a un miembro de la nobilitas. Ese tiempo lo emplearían los gladiadores para realizar ejercicios de precalentamiento, los cuales les servían también para quitarse los nervios lógicos que sentirían antes del combate y algunos de ellos aprovecharían también para ir a la capilla de Némesis -diosa de la venganza y castigadora de toda desmesura-, que solía haber en todos los anfiteatros, para solicitar su ayuda en el combate. Finalizados dichos preparativos, las trompetas anunciaban el inicio del espectáculo.
En los combates de gladiadores los espectadores buscaban espectáculo, vibrando sobre todo con los enfrentamientos reñidos, disputados por luchadores poseedores de una excelente técnica en el manejo de las armas ofensivas y defensivas propias de sus respectivas categorías, así como de una gran esgrima y habilidad para esquivar las acometidas de sus adversarios. El derramamiento, por tanto, de sangre y la crueldad que conllevaban estos combates se veían como algo consustancial a ellos, que siempre se habían producido, pero no era algo que fuera especialmente buscado por la generalidad de los espectadores, al menos. Dicha exhibición de habilidades y destrezas técnicas, unido a que, también en aquéllos, se hacían apuestas, aunque en menor medida que en las carreras del circo, y a que el público estaba dividido en sus preferencias, como indicamos arriba, hizo, como cabe suponer, que fueran seguidos con gran pasión por todos los que los presenciaban. Cada enfrentamiento, en las luchas por parejas, terminaba cuando el juez del combate (summa rudis) apreciaba que uno de los gladiadores no podía seguir combatiendo por las heridas recibidas de su adversario y/o por el agotamiento y cuando les sucedía esto a ambos, tras luchar bravamente, sin que se viera cuál de los dos era claro vencedor. En ese momento, el gladiador vencido o los dos, en el citado supuesto, dejaba/n caer su  escudo en la arena y pedía/n clemencia al público con el dedo índice de su mano izquierda levantada. Antes de Augusto, se obligaba a los gladiadores a luchar en combates sucesivos y los últimos supervivientes eran degollados en el lugar donde aquéllos se habían celebrado, pero, a partir de él, al menos el que vencía en el combate conservaba la vida.
Mosaico de la villa romana de Dar Buc Ammera encontrado en la aldea de Zliten (Libia) , s. I-II d. C. Se representa aquí el momento en que el árbitro detiene el combate librado por un hoplómaco y un mirmilón. Vencido éste último, levanta, tras dejar su escudo en la arena, el índice de su mano izquierda pidiendo clemencia a los espectadores.
Mosaico de la villa romana de Dar Buc Ammera encontrado en la aldea de Zliten (Libia) , s. I-II d. C. Se representa aquí el momento en que el árbitro detiene el combate librado por un hoplómaco y un mirmilón. Vencido éste último, levanta, tras dejar su escudo en la arena, el índice de su mano izquierda pidiendo clemencia a los espectadores.
El encargado de salvar o condenar a muerte al vencido era el editor o presidente del munus (en el Imperio, lo fue casi siempre el emperador), quien, para ello, solía tener en cuenta la opinión al respecto de los espectadores, los cuales pedían para aquél la muerte, si consideraban que no había luchado con el valor, coraje y destreza debidos, gritando iugula! (“¡mátalo!”) y mostrando el pulgar de la mano derecha hacia abajo (pollice verso), mientras que la concesión de gracia se pedía cuando ambos gladiadores habían combatido con gran valentía y mostrado grandes recursos técnicos (stantes missi), y si uno de los dos, tras librar con  su adversario un combate sumamente reñido, era derrotado por éste sólo por mala suerte. Dicha petición la hacían agitando pañuelos al aire y gritando mitte! (“¡libéralo!”). El presidente concedía la gracia al gladiador vencido mostrando desde la tribuna de honor el  pulgar de la mano derecha hacia arriba, y la denegaba (era lo habitual) con el pulgar hacia abajo, según se ve en el cuadro “Pollice verso”(1.872), de Jean-Leon Gerôme (que figura abajo) y, por influencia sin duda de dicho cuadro, también en la película Gladiator (2.000), de escaso rigor histórico, de Ridley Scott.  
Un provocator a punto de clavar su espada corta en el cuello de un hoplómaco.
Un provocator a punto de clavar su espada corta en el cuello de un hoplómaco.
Estudiosos del tema, sin embargo, opinan que la expresión pollice verso pollice converso, que aparece en algunos textos latinos en los que se alude al citado veredicto del editor, podría interpretarse de forma diferente. En efecto, la dicha expresión significa “pulgar girado”, por lo que cabría que en ese momento se mostrara en sentido horizontal, hacia arriba o hacia abajo e, incluso, escondido en el puño, tal como se aprecia en un medallón romano del siglo II-III d. C. encontrado en 1997 en la Provenza, en el que figura un tribunal que absuelve a dos gladiadores enseñando el puño cerrado con el dedo pulgar introducido en él, como si fuera una espada enfundada, y la inscripción “qui erant liberabuntur”. Este último, por tanto, podría ser el gesto que hacía el presidente para conceder la gracia al gladiador vencido. Respecto a la denegación de ésta, tanto por parte de los espectadores como del editor, el gesto empleado pudo ser. mostrando el dedo pulgar de la mano derecha extendido hacia la izquierda  (que es como suele quedar éste al desenvainar una espada, para herir o matar), algo inclinado hacia abajo (según la dirección que sigue la espada corta o el puñal del gladiador vencedor al dar muerte a su adversario, como se ve en el dibujo de la derecha) o, incluso, según las acepciones de verso, mostrando aquél hacia arriba.
Si el fallo del presidente de los Juegos había sido desfavorable al gladiador vencido, éste, arrodillado en tierra, cogía fuertemente con su mano izquierda el muslo izquierdo del vencedor, el cual, colocado detrás de su adversario, sujetaba por el casco su cabeza, algo inclinada hacia la izquierda, y, a continuación, le clavaba su espada corta o su cuchillo en el cuello en dirección al corazón por debajo del escudo, que los gladiadores no se quitaban en ese momento, porque ello habría falseado de alguna manera el combate al mostrar un rostro distinto del que habían exhibido en el combate. El gladiador, enseñado en la caserna a luchar y a saber morir, debía afrontar la muerte con gran entereza, según un código ético arraigado en la sociedad romana. Las muestras, pues, de miedo en ese momento y cualquier tipo de gesto que denotara rechazo al golpe mortal del gladiador vencedor, eran desaprobados por los espectadores. Esto explicaría que, cuando César recibió las primeras puñaladas de los conspiradores que acabaron con su vida y vio que no tenía posibilidad alguna de defenderse de ellos, se tapara la cara con un pliegue de su toga, para evitar que nadie pudiera advertir en ella ningún gesto de dolor, por instintivo que fuera.
Tras esto, hacía su aparición en la arena un esclavo vestido de negro, representando a Caronte, el cual tomaba simbólicamente posesión de él con un golpe de su maza, después de que otro que lo acompañaba, representando a Hermes, hubiera confirmado que estaba muerto y no desfallecido, al haberse mostrado insensible a su caduceo de hierro candente que le había hundido en su cuerpo.  Después, otros esclavos (libitinarii), colocado el cadáver en una parihuela rudimentaria, lo llevaban, pasando por la Puerta libitinaria, hasta el spoliarium, donde era despojado de sus armas de combate. A veces, el cuerpo muerto de los gladiadores era arrastrado hasta allí por un caballo mediante un gancho de hierro atado a una soga de la que tiraba aquél. Finalmente, la esposa o la concubina, si la tenía, o algún compañero de la caserna o un representante de la cofradía de exequias de gladiadores a la que estuviera suscrito se hacía cargo del cadáver y lo enterraba, evitándose así que su alma sufriera, según una creencia muy generalizada en la civilización grecorromana, graves males  por haber quedado insepulto.

Rodrigo Mazos, Entrenador Personal.
Fuente: Temas de cultura clásica. A. Bermejo 

domingo, 15 de junio de 2014

GLADIADORES: FUERZA, HONOR Y SANGRE (historia, 1ª parte)

Por qué un hombre se convertía en gladiador, dónde entrenaba, qué comía o cómo se pertrechaba para combatir en la arena del anfiteatro. Su combates nacieron vinculados a los ritos funerarios de la aristocracia, pero acabaron convirtiéndose en el mayor espectáculo de la Roma antigua.

En la primera parte de esta semana dedicada a los gladiadores la centraremos en su historia.

El Origen de los Gladiadores se remonta al siglo VI antes de nuestra era cuando los milicianos etruscos luchaban entre sí para honrar a los difuntos de las clases influyentes de la sociedad. 
El término gladiador viene del latín gladius (espada), de ahí gladiator o portador de la espada.

Con la llegada de las primeras repúblicas romanas, los gladiadores ya sólo eran hombres libres que luchaban a sueldo o esclavos y ladrones, que estaban obligados a luchar.

Con el tiempo, Roma decidió que tal ritual tradicional de origen etrúsco debía incluirse en la vida social del pueblo, convirtiéndose en un espectáculo admirado por todo el mundo.


El primer combate en Roma de estas características se dio el año 264 a. C., en el que, según T. Livio, los hijos de Junio Bruto Pera organizaron en sus exequias tres combates simultáneos con esclavos de su propiedad en el Foro Boario un día en que se celebraba allí la feria de ganado, tal como había decidido su padre antes de morir. Más tarde, otros miembros de la aristocracia romana organizaron combates similares en los funerales de un familiar suyo, para enaltecer al difunto y acrecentar la fama de su familia, en algunos de los cuales participarían incluso gladiadores profesionales, lo cual despertó una gran afición por los mismos en la plebe, a la que se le invitaba a contemplarlos, lo que hizo que el Senado los incluyera, en el año 106 a. C., entre los espectáculos oficiales, despojados, eso sí, del carácter ritual y sagrado que tuvieron los munera en sus orígenes. A partir de entonces, sólo de forma esporádica, se organizaron por particulares pudientes, casi siempre, luchas de gladiadores como parte de las honras fúnebres de un familiar. Debido al citado carácter sagrado que tuvieron estos combates en sus orígenes, los romanos los llamaron munera (munus = obsequio, ofrecido, en este caso, a un muerto), y no ludi(juegos), como al resto de espectáculos públicos.



Hasta tal punto llegaron a ser importantes los combates de gladiadores que se tuvieron que promulgar una leyes que regularan celebración, las llamadas Leges gladiatorae, estatutos por los que se debía regir dicho espectáculo. También debe saberse que algunos emperadores realmente aparecían en el la arena , como Caligula y Commodus.

La palabra gladiador proviene del latín gladius, que era la espada corta de origen español que utilizaban en la lucha, así como también la utilizaron las legiones. Algunos historiadores dicen que los gladiadores no eran fuerzas militares sino «profesionales» de los Juegos, y no cabe duda de que su habilidad con las armas y sus técnicas de adiestramiento sirvieron como modelo para las legiones romanas.


Pero lo cierto es que gladiador podía ser todo el mundo sin distinción, aunque habría que diferenciar entre aquellos que lo hacían libremente y las personas obligadas a serlo como prisioneros, esclavos, delincuentes y condenados. También podían serlo hombres libres, ex-soldados y hasta el mismísimo Emperador. Tampoco era raro encontrar mujeres libres como lo demuestra un relieve del Museo Británico proveniente de Halicarnaso, donde aparecen dos gladiadoras famosas llamadas Achilia y Amazona.




Más tarde también se utilizó a los cristianos, pero no por ser cristianos, pues en Roma había libertad de culto, tal es así que llegó incluso a existir una legión formada exclusivamente por cristianos llamada la «legión tonante».

El premio o la recompensa que recibía un gladiador eran varias: gloria, fama, dinero, la posibilidad de convertirse en un hombre libre (simbolizada por la entrega de una espada de madera) y la más importante, la Victoria. Si habían obtenido un gran éxito, eran ensalzados por los poetas, su retrato aparecía en joyas y jarrones, las damas de la aristocracia suspiraban por ellos (normalmente conseguian sus favores). Un gladiador famoso podía cobrar por un combate hasta mil piezas de oro. Un caso extraordinario fue el del gladiador Publius Ostorius de Pompeya, hombre libre que combatió y venció en 51 combates.




Pero más allá de todo esto los Juegos eran ante todo una ceremonia religiosa que exigía un ritual. La víspera de los Juegos era día sagrado, celebrándose una solemne procesión seguida de sacrificios propiciatorios a los que asistían todos los participantes. También se celebraba un banquete de hermandad entre los gladiadores, que para algunos sería su última cena. Al día siguiente se organizaba un desfile de gladiadores con toda la pompa que exigía el momento, llevando ricos trajes de oro y púrpura. Este desfile inaugural terminaba en la arena del anfiteatro, donde saludaban al Emperador con su profética y trágica frase: Ave Caesar, morituri te salutant (Ave Cesar, los que van a morir te saludan).

Rodrigo Mazos, Entrenador Personal